“UN DÍA EN EL PATIO”
En el patio del colegio, donde todo parece feliz, los niños jugaban entre las verdes hierbas. Pero en una oscura y triste clase una niña de pelo rubio y ojos marrones miraba por la ventana, desconsolada al no poder jugar, afligida pues no podía andar. Mientras las frías ruedas de la silla la mecían suavemente, miraba a los alegres pájaros y a los niños correteando felizmente.
“Ojala esto no fuera así. Si yo pudiera estar con ellos, si pudiera tan solo un día andar y con ellos jugar”, murmuraba la niña a través de una ventana que le permitía mirar
Podemos ver también en aquel patio a un niño llorando al no poder con ellos jugar, pues sus ojos no se lo permitían, al no poder ver aquel sol deslumbrante, al no poder ver las alegrías de la vida, pues su mundo no era nada, su mundo era tan solo oscuridad. Mientras, la niña de la ventana lo miraba pensando que él, al menos, podía andar. Pero esos ojos, los ojos que lloran, nunca podrán mirar. Pero este niño puede mirar mas halla de sus ojos, puede ver el mundo a través de su mente, y del corazón.
En otro lugar, un niño echaba de menos las historias que le podían contar, el susurro de los árboles, el agua del río pasar, las risas de los niños y el poder escuchar. Su madre lo intenta, le prueba a hablar. Ella piensa que oyen sus historias unos oídos que nunca podrán escuchar. Pero los dos sonríen, los dos piensan que algún día podrán, piden un sueño imposible pero para ellos real.
Otra niña no escucha, no porque no pueda oír. Ella piensa que en la vida hay tantos problemas que no merece la pena escuchar. Ella solo oye las risas de los niños, las risas de los niños al jugar, pero ella piensa, sigue pensando, que es mejor su vida, la vida del que no puede escuchar tantas desgracias, tanto sufrimiento. No quiere aprovechar su suerte, ella no juega, ella mira y ya está.
Entre los niños que juegan, uno está jugando sin disfrutar, porque no tiene amigos, no tiene despertar. Después piensa en aquellos niños, esos que no pueden jugar. Cómo le gustaría ser su amigo si con ellos pudiera jugar. Aunque después piensa en su suerte. Él, dentro de una clase oscura, no quiere estar. Cómo se alegra de poder ser así, cómo se alegra de poder jugar.
Otro niño que estaba jugando no tiene familia ni hogar. Le gustaría poder tenerla. Quisiera en la rodilla de su padre estar. Quisiera poder a su madre abrazar. Quisiera hablar con su hermano. Quisiera junto a todos ellos despertar. A él ni siquiera le importaría tener una casa como hogar. El estar, tan solo, en algún lugar con su familia le resultaría un hogar. Pero él sí tiene familia, tanta gente que se preocupa por él, tantas personas que quieren su bien. Él los considera como su familia. Eso es lo que cuenta y no lo demás.
Un niño que juega lo tiene todo, todo lo que alguien puede desear. Sin embargo tiene demasiado, se queja por algo que una suerte para otros será. Él solo piensa en sí mismo y no en los demás. Ni siquiera agradece poder jugar. Sólo piensa en poder ganar. No piensa en lo que le ha dado la vida, solo quiere más y más.
Pero en aquel patio no todo es egoísmo y tristeza. Una niña también juega, también piensa en los demás. Su suerte aprovecha y no la piensa desperdiciar.
Además, estos niños también podrán servir al mundo, podrán ayudar. Al igual que cualquiera, ellos el mundo podrán cambiar. Ellos pueden sonreír y disfrutar, ellos pueden sentir felicidad, pues todo el mundo tiene motivos para soñar, reír y despertar. Tienen el mayor tesoro que se puede tener: una vida, un futuro y un camino que recorrer. Aunque a veces parezca que no tenemos nada por lo que vivir sigue habiendo algo. Sólo hay que encontrarlo y seguir adelante, aunque nos resulte complicado. Así, si viéramos el mundo de otra forma, comprobaríamos que en este mundo también hay sitio para la felicidad.